martes, 5 de julio de 2016

Día 2



Empezar con una generalidad: el lenguaje cinematográfico permite nuevos ámbitos de representación.
Pero cada generalidad carga con una tradición por la que rápidamente puede ser rebatida.
Debatir conmigo misma a cada palabra está reñido con la inmediatez que preciso.

Por otra parte, habría que liberar los conceptos a su indefinición. No dejar que sean presas de su genealogía porque, al fin y al cabo, nunca puede decirse que refieren absolutamente a algo.
Pienso ahora en el término populista, neo-populista, aplicado al cine, claro.
La dificultad de emplear estos términos de un contexto a otro. Pero, a la vez, su uso abre las posibilidades de significación y alumbra realidades que permanecen innombradas. Pasado el tiempo, quizás, su propia seguridad denotativa clausuraría la experiencia y habría que volver sobre lo que los conceptos significan y lo que no significan. Definirlos por su contrario, como Esposito hace con lo político a partir de lo que no es político, lo impolítico.

Y luego esta el peso moral o las simpatías, los afectos y rechazos a conceptos que se vuelven adjetivos.
Nada más reduccionista que un adjetivo, pienso. Pero esa es otra generalidad interrogada por su tradición. Una tradición que, por supuesto, desconozco.

Así que vuelvo a defender la intuición contra la tradición. Al menos en los tiempos que la producción de artículos exige.
Pienso en Kluge quejándose en la  televisión sobre los tiempos que exige la televisión para reflexiones que requieren mucho más tiempo. En ese caso: sociedad y cine, creo recordar.

El problema de usar la palabra proletario. ¿Una esfera pública proletaria puede aplicarse o transformarse en una esfera pública campesina?. Es decir, Kluge contrapone la esfera pública burguesa a la proletaria. Pero pienso que entre esos dos antagonismos podría abrirse un espacio más diverso. No un tercer espacio definido. Algo así, quizás, como un indecible derridiano.
Esfera pública: colectividad donde confluyen las distintas particularidades, supongo. Quiero creer. De nuevo, un espacio intermedio entre los antagonismos individuo vs. colectivo. Pero está el peligro, claro, de caer en relativismos. Pero entre antagonismos rígidos y relativizaciones absolutas, hay un campo complejo que no tendría porqué ser irrepresentable.

Identidad y representación. La identidad como autorepresentación. Yo soy mis gestos, mi puesta en escena con los demás pero también y fundamentalmente conmigo misma. Una afirmación muy narcisista, claro.

Identidad sin alteridad, o la alteridad como prolongación de la identidad. Pero la alteridad es el infinito, no? ¿El otro no es siempre irrepresentable? ¿No estoy siempre representando al otro en mi escenario con mis códigos lingüísticos, es decir personales, es decir íntimos, es decir intrasnferibles? Hospitalidad: recibir al otro.
En lugar de un cine militante quizás ahora hace falta un cine de la hospitalidad. Quizás esa es ahora la forma de ser militante. Educar (esto suena muy ilustrado) en la amplitud de percepciones. Es decir en el conocimiento de la imposibilidad de poder saber cómo percibe el otro.
Todos somos daltónicos para los demás.
Señalar dónde me duele como decía Wittgenstein (aunque esté escribiendo mal su apellido no lo voy a mirar). Pero, dices el lugar, claro, no el dolor.
El dolor no se puede decir porque se percibe,
La alteridad es primeramente alteridad de y en lo sensible.
Entonces la labor (esto si suena militante) del cine sería hacer tambalear constantemente las estructuras con las que percibimos.
Sacudirnos la visión (me gusta como suena eso). Sacudir de conmoción pero sí, también de polvo.
Nadie mira igual que otro. Nadie escucha igual que otro.
Sí, la tragedia del lenguaje y aún así, entre conmociones, nos entendemos, no?

Y el cine es como el otro lenguaje. Como éste lenguaje. Es lo mismo.

Y el tema de la dependencia. O de estar aferrado al origen. ¿Quién dijo primero amor? ¿Y a qué se refería realmente? Probablemente el significante se ha perdido. Pero todos lo reinterpretamos una y otra vez. Y en esto, a veces, parece que nos entendemos.

Pero si yo soy boliviana y digo amor o lenguaje o teoría de la dependencia o dialéctica, ¿estoy hablando con las herramientas del amo? ¿después de tantos años siguen siendo las herramientas del amo? ¿después de tantos años son sólo y exclusivamente eso? ¿no puedo yo horadar (me gusta esa palabra) las herramientas del amo y hacerlas mías, deformarlas?

Deformarlas por exceso de forma.

Lo mismo con el cine. Pienso que Ukamau, con un lenguaje propio de las vanguardias (extranjeras como el cine en su conjunto, por cierto), irrumpió en la sensibilidad de lo que sea que significa ser boliviano y la puso a temblar. No sólo por el tema: representar al indio. Sino justamente por lo irrepresentable. Y eso (lo siento Sanjinés) sucede por el plano detalle. No porque el plano detalle del ojo de Sabina ¿? sea una individuación sino porque esa violencia que lleva a la cámara a centrarse en la pupila (la violación) es irrepresentable. A veces no representando es como mejor se representa, quizás.

¿Por qué la crítica afirma que el plano secuencia integral sí es adecuado para representar lo boliviano? Estamos ante la misma paradoja, aunque sea un hallazgo formal estamos ante una lengua extranjera.
No me estoy explicando bien. Pero pienso que ya debería estar superado ese tema. Pienso que se puede usar el lenguaje extranjero para decir lo propio.
El cine de Sanjinés puede operar con determinados lenguajes y hacerlos tambalear, no? La lengua extranjera dentro del cine, ¿cuál es?



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